" LA INTUICIÓN ES FUNDAMENTAL EN LA ARQUITECTURA. EXISTE UN ANÁLISIS PREVIO, UNA INVESTIGACIÓN. EN EL SUBCONSCIENTE, SE DAN UNA SERIE DE RAZONAMIENTOS QUE YA SE HABÍAN REALIZADO ANTERIORMENTE Y NO HAY NECESIDAD DE REALIZAR ESE ANALISIS. "
D ijo Gaudí que ser original es volver al origen. Así ha sucedido con la cultura de lo orgánico – del latín “que puede vivir, que se construye de manera natural”. Nos hemos habituado a lo orgánico en la alimentación, en los tejidos, en la cosmética, en los envases. Pero también existe como una rama de la arquitectura (la llamada arquitectura orgánica). Y hemos hablado con uno de sus principales exponentes a nivel mundial: Javier Senosiain.
Javier estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Al finalizar la tesis, decidió cambiar el concepto del proyecto por espacios y formas curvas, dándose cuenta de que son más humanos. Ese fue su “momento ajá”. A partir de ahí, hacia arriba. Y con los pies en la Tierra. Publicó dos libros - Bioarquitectura en 1998 y Arquitectura Orgánica en 2008 – ha ejercido la docencia, y ha seguido construyendo legado.
“Picasso comentó que le costó toda una vida poder pintar como un niño. Y yo creo que me costó parte de mi vida poder diseñar espacios adaptados al cuerpo como lo hacen los animales.”
Espacios en los que no caben las aristas, las esquinas, los cubos ni las rectas. Tan solo suaves recovecos, pasadizos que recuerdan al discurrir de una gruta submarina, contornos propios de la silueta de mujer, despensas recogidas como madrigueras, estancias acogedoras como el útero de la madre. Un mundo extraño. Pero familiar.
Una de sus obras más destacadas es el Nido de Quetzalcóatl, un alojamiento turístico construido en 2008 en Naucalpan de Juárez (México). Como indica su nombre, la edificación es – literalmente – un nido de serpientes que se deslizan por las formas sinuosas de un terreno irregular de 5000 m2. Si el cuerpo de las serpientes rinde tributo a la naturaleza, su piel tachonada de escamas multicolores es una oda a las culturas indígenas, fuente de inspiración recurrente de Javier por “la volumetría pesada de sus construcciones y esculturas, así como su color”. La estrecha conexión con los recursos locales y la vuelta a lo esencial no deja de sobrevolar la conversación:
“Creo que debemos regresar a nuestros orígenes; al regionalismo para que nuestros alimentos nos lleguen de distancias cortas, evitar recorridos largos de materiales y de personas, limitar la contaminación por medio del transporte.”
Al contrario de lo que lo que le ocurre a muchas personas en la búsqueda y realización de su Ikigai, Javier es uno de esos pocos afortunados que puede afirmar que su camino no ha sido difícil; al contrario, lo ve como una aventura que ha disfrutado desde el principio. Una trayectoria tan natural como su obra.
Estando tan alejada de la corriente mainstream, es inevitable preguntarle si llegará la manera de estandarizar la arquitectura orgánica para su adopción a gran escala. Lo tiene claro: no tiene sentido, porque la virtud de la arquitectura orgánica es la misma que la de naturaleza, que es espontánea, libre y difícilmente se somete a un canon.
Y es que no existe forma más pura de amar algo, que honrarlo como es.
Texto: Olya Lungu
Fotografías: Francisco Lubbert / Jaime Jacott
" LA INTUICIÓN ES FUNDAMENTAL EN LA ARQUITECTURA. EXISTE UN ANÁLISIS PREVIO, UNA INVESTIGACIÓN. EN EL SUBCONSCIENTE, SE DAN UNA SERIE DE RAZONAMIENTOS QUE YA SE HABÍAN REALIZADO ANTERIORMENTE Y NO HAY NECESIDAD DE REALIZAR ESE ANALISIS. "
D ijo Gaudí que ser original es volver al origen. Así ha sucedido con la cultura de lo orgánico – del latín “que puede vivir, que se construye de manera natural”. Nos hemos habituado a lo orgánico en la alimentación, en los tejidos, en la cosmética, en los envases. Pero también existe como una rama de la arquitectura (la llamada arquitectura orgánica). Y hemos hablado con uno de sus principales exponentes a nivel mundial: Javier Senosiain.
Javier estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Al finalizar la tesis, decidió cambiar el concepto del proyecto por espacios y formas curvas, dándose cuenta de que son más humanos. Ese fue su “momento ajá”. A partir de ahí, hacia arriba. Y con los pies en la Tierra. Publicó dos libros - Bioarquitectura en 1998 y Arquitectura Orgánica en 2008 – ha ejercido la docencia, y ha seguido construyendo legado.
“Picasso comentó que le costó toda una vida poder pintar como un niño. Y yo creo que me costó parte de mi vida poder diseñar espacios adaptados al cuerpo como lo hacen los animales.”
Espacios en los que no caben las aristas, las esquinas, los cubos ni las rectas. Tan solo suaves recovecos, pasadizos que recuerdan al discurrir de una gruta submarina, contornos propios de la silueta de mujer, despensas recogidas como madrigueras, estancias acogedoras como el útero de la madre. Un mundo extraño. Pero familiar.
Una de sus obras más destacadas es el Nido de Quetzalcóatl, un alojamiento turístico construido en 2008 en Naucalpan de Juárez (México). Como indica su nombre, la edificación es – literalmente – un nido de serpientes que se deslizan por las formas sinuosas de un terreno irregular de 5000 m2. Si el cuerpo de las serpientes rinde tributo a la naturaleza, su piel tachonada de escamas multicolores es una oda a las culturas indígenas, fuente de inspiración recurrente de Javier por “la volumetría pesada de sus construcciones y esculturas, así como su color”. La estrecha conexión con los recursos locales y la vuelta a lo esencial no deja de sobrevolar la conversación:
“Creo que debemos regresar a nuestros orígenes; al regionalismo para que nuestros alimentos nos lleguen de distancias cortas, evitar recorridos largos de materiales y de personas, limitar la contaminación por medio del transporte.”
Al contrario de lo que lo que le ocurre a muchas personas en la búsqueda y realización de su Ikigai, Javier es uno de esos pocos afortunados que puede afirmar que su camino no ha sido difícil; al contrario, lo ve como una aventura que ha disfrutado desde el principio. Una trayectoria tan natural como su obra.
Estando tan alejada de la corriente mainstream, es inevitable preguntarle si llegará la manera de estandarizar la arquitectura orgánica para su adopción a gran escala. Lo tiene claro: no tiene sentido, porque la virtud de la arquitectura orgánica es la misma que la de naturaleza, que es espontánea, libre y difícilmente se somete a un canon.
Y es que no existe forma más pura de amar algo, que honrarlo como es.
Texto: Olya Lungu
Fotografías: Francisco Lubbert / Jaime Jacott